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Hablamos de doble moral cuando existe una incongruencia entre lo que pensamos, decimos y hacemos. En el interior de cada familia es importante hacer conciencia y determinar si los valores en los que decimos creer son una realidad que llevamos a la práctica, tanto en nuestros actos públicos como privados. Y es que, es justo del comportamiento de los padres y demás figuras adultas relevantes en la vida de los niños de donde ellos adquieren su más significativo aprendizaje.




La enseñanza de los valores

Es importante tener en cuenta que para un niño nunca va a ser suficiente lo que aprenda sobre valores en la escuela, pues la educación de alto impacto, en cuanto a profundidad emocional y a sustentabilidad, provendrá de sus figuras de autoridad más representativas y cercanas, es decir, los padres, y en menor medida los abuelos, tíos y primos mayores.

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Si queremos fomentar la paz en nuestras familias, es importante reflexionar si no estamos promoviendo, sea en menor o mayor grado, directa o indirectamente, lo contrario a este valor tan preciado últimamente. Para ello, te recomiendo hacerte estas preguntas que guiarán tu reflexión:

  • ¿En mi familia nos referimos a otros miembros (presentes o ausentes) con adjetivos peyorativos?
  • ¿Somos respetuosos al escuchar a algún integrante de la familia hablar sobre sus emociones?
  • ¿Solemos ser tolerantes cuando algún miembro de la familia expresa una opinión contraria o diferente a la de los demás?
  • ¿Somos capaces de convivir en armonía, bajo las normas familiares, al mismo tiempo que respetamos las necesidades individuales de todos (incluyendo los niños)?
  • ¿Somos lo suficientemente maduros para expresar nuestro enojo haciéndonos responsables de esta emoción de una manera saludable, sin agredir física ni verbalmente a otros miembros?
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  • ¿Usamos la burla, el sarcasmo o los insultos para criticar o humillar a algún miembro de la familia por algún defecto físico o de carácter, o por haber cometido alguna falta?
  • ¿Se promueven las alianzas entre algunos miembros para planear “ataques” a otros miembros? 
  • ¿Somos capaces de hablar abierta y personalmente sobre los conflictos que nos aquejan?
  • ¿Tenemos realmente la intención de resolver nuestras diferencias familiares cuando discutimos?
  • ¿Podemos sentirnos satisfechos, en un estado de armonía familiar, y permitirnos vivir en paz cuando no hay conflictos?
  • ¿Lo que exijo de los demás integrantes de la familia, en términos de respeto, tolerancia y dignidad, es lo mismo que doy (incluyendo a mi pareja)?

Una vez que hayamos respondido estas preguntas podremos darnos cuenta con mayor claridad en qué aspectos podríamos estar teniendo una doble moral familiar en cuanto al valor de la paz, y hacer algo al respecto si así lo deseamos. Finalmente, no solo somos responsables de lo que hacemos sino de lo que dejamos de hacer.

Por Elba Quintanilla, psicoterapeuta.

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